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Curaduría: Evelyn Marquez
Artistas:  Maximiliano Bellmann & Mateo Amaral
Espacio Pla, Buenos Aires.
NOVIEMBRE 2018

 

 

Lo que puede un cuerpo

 

“El ciborg no reconocería el Jardín del Edén, no está hecho de barro y no puede soñar con volver a convertirse en polvo”
Donna Haraway

 

Cuando el término ciborg (cibernético + organismo) se creó en la década del ‘60, su función era asumir la complejidad lingüística de un nuevo ser humano equipado con mejoras tecnológicas, capaz de hacer frente a entornos extraterrestres. La definición implicaba el agregado de elementos exógenos al cuerpo.

¿Pero qué define a un ser humano? La respuesta para Spinoza, el filósofo más polémico del siglo XVII, cuyas ideas influyeron en Nietzsche y en Deleuze, no tiene nada que ver con cuestiones biológicas. La respuesta a “¿qué soy?” será en cambio: “lo que puedo ser”. No hay una esencia que nos defina como humanos, sino una potencia en acto que nos impulsa y nos determina.

Según Spinoza no hay una esencia general del hombre, cada uno tiene la suya y es singular. Pero hay identidad en la potencia y en el acto, en lo que hacemos o padecemos. Rompe con todo dualismo de alma y cuerpo, de la misma manera que en la actualidad se disuelven las diferencias entre lo orgánico y lo cibernético. “¿Por qué nuestros cuerpos deberían terminarse en la piel?”, se pregunta Donna Haraway en su Manifiesto Ciborg. Sin duda, las herramientas que integramos funcionan como extensiones de quiénes somos y moldean nuestro comportamiento.

Mateo Amaral y Maximiliano Bellmann bucean en territorios en apariencia divergentes. Con una metodología de trabajo anfibia, aúnan el campo de lo digital con el campo manual para potenciarlos. El resultado nunca es la suma de la partes, siempre desemboca en algo más, un upgrade.

La conciencia es la tecnología más avanzada con la que contamos. Funciona como la interfaz entre el cuerpo y el ambiente tanto interno como externo; guía o manipula la información sensorial para crear cada realidad particular. Interpreta el mundo, crea nociones y conceptos, y son sus configuraciones las que construyen la percepción.

La corteza cerebral, la parte más reciente en la formación del cerebro, es la responsable de esta conciencia, la experiencia subjetiva que examina lo que sucede y que se generó en alguna fase clave de la evolución. Mateo Amaral construye así un hogar que le permite colocar ideas en lugares imaginarios: habilita espacios interiores que se encadenan, estableciendo un paralelismo con el espacio más interno que existe y que se alberga dentro de la mente. Allí es donde se gesta el lenguaje, la cultura, la economía, la voluntad de poder. Hasta que un fallo es deliberadamente inducido en el sistema, discontinúa el recorrido y abre paso a la desorientación.

Bellmann nos presenta un catálogo razonado de formaciones orgánicas, seres anómalos con comportamientos celulares extraños, procedentes de hábitats no identificables. En la interfaz de nuestra mente, la evolución desarrolló particularidades que le permitieron facultades importantísimas como la comunicación y la predicción. El cerebro constantemente trata de adelantarse a lo que ocurrirá, elaborando hipótesis de todo tipo. Sin embargo, Bellmann nos sitúa en arquitecturas abstractas y cambiantes, que nos libran a la incertidumbre. O asumimos lo incierto o nos quedamos observando hasta el final para recolectar más datos e intentar predecir lo que vendrá.

La tecnología mejora permanentemente las habilidades cognitivas. Pero cualquier amplificación sensorial cambia nuestra interfaz con el mundo y la manera de percibirlo. Jamás se sabe de antemano lo que puede un cuerpo.

Si Spinoza estaba en lo cierto y lo que nos determina como seres no es lo que somos, sino  algo tan dinámico y variable como la potencia, las acciones y pasiones de las cuales algo es capaz, eso significa que estamos en constante definición. Ya no hay ciborgs porque todos lo somos. Todos dependemos e interactuamos con una tecnología que funciona como una extensión de la mente, sin necesidad de modificaciones físicas, e incrementa nuestra potencia para, en definitiva, hacernos más humanos. ¿Demasiado humanos?

 

 

 

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